Rocas, raíces y capas terrestres parecen inmóviles a simple vista. Esa es la única apariencia que la naturaleza podría tener para quien aún no se detiene a mirar.

Cuando observo, veo que cada parte de la naturaleza es verdadera. Es simple, honesta, perfecta y de una belleza incalculable. Su movimiento es paciente, segundo a segundo, y una de sus verdades más profundas es que cambia constantemente. Mi pie es igual a la naturaleza, honesto y perfecto. Mi piel, con cada bello poro, protegiendo el interior del cuerpo, natural y palpitante de vida.

Mis pies descalzos descansan sobre una piedra lisa y azulada, a su alrededor hay un mar de piedras, guijarros y rocas, cada uno de diferente textura, forma y energía. Cada piedra es única en esa multitud y, al mismo tiempo, juntas forman la superficie unificada que me sostiene.

La hormiga, llevando su carga, camina junto a sus compañeras, todas conectadas a través de algo

'invisible' que las hace funcionar juntas, compartiendo una red que las une en movimiento y en el propósito de la vida.

Los humanos, al igual que las rocas y las hormigas, somos individuales y colectivos. También compartimos redes 'invisibles' que nos unen y nos mueven en cierta o incierta dirección.